Cuenta Arturo Schopenhauer la historia de los erizos que empujados por el frío se juntan hasta clavarse sus púas. Se separan y cuando el frío supera al dolor, vuelven a juntarse y así siguen hasta que encontrar la distancia justa en la que pueden recibir algún calor del prójimo sin lastimar ni ser lastimados.
Dijo Dios que no es bueno que el hombre esté solo, la soledad mata. La convivencia lastima.
Sostuvo Heráclito de Éfeso en los albores de la filosofía: “Polemos es padre y rey”. En aquellos tiempos primordiales, filósofo y poeta eran lo mismo. Ambos construyen mundos con las palabras.
Polemos, la raíz griega de la palabra polémica, es el conflicto. El conflicto es el padre que genera, a la vez que el rey que ordena. Polemos genera la realidad y la regula. Realidad, regla y regular comparten etimología con rey.
El conflicto, la disputa, es el primer motor.
Alienación es una palabra clave en el sistema de Jorge Guillermo Federico Hegel. Las traducciones al castellano usan ese único vocablo para tres términos originales del alemán, los tres refieren a distancia, a salir de sí, a en-frentar-se. Sin en-frentar-se no hay dialéctica, sin dialéctica no hay historia, no hay vida. Fuera de la dialéctica hay nada o solo idea: la falsa infinitud.
Carlos Marx hace su tesis sobre Heráclito y toma de su maestro, Hegel, a la dialéctica como madre y reina. La lucha entre opuestos complementarios es el motor de la historia y la clave de la vida. Postula a la lucha de clases que se entabla entre propietarios y proletarios como la columna vertebral de toda la historia de la humanidad, de la prehistoria, aclararía este señor barbudo. Una vida sin dilemas, sin oposiciones, no es vida o no es humana.
Para unos, la vida es cambio, la naturaleza es cambio y es el conflicto que motoriza y cataliza el continuo devenir de lo nuevo.
Para otros el cambio es ilusorio, el ser es uno y único. No hay cambio ni diversidad, sólo una serena, eterna y quieta armonía.
El universo pensado como una esfera de diamante flotando en el vacío viene de Parménides, pasa por Platón, Plotino y llega hasta San Agustín que postula a este mundo dominado por el conflicto, el cambio y la muerte, como efímero y falaz.
Hay quienes diseñan asombrosas ingenierías sociales en las que no haya lugar para el conflicto. Hay quienes dicen que estos artefactos son cárceles.
Borges dibuja un mundo futuro, sin conflictos. Lo hace en su cuento Utopía de un Hombre que está Cansado, editado en el Libro de Arena. En un mundo sin cambio, memoria ni deseo; es la muerte un anhelo y Adolfo Hitler un filántropo.
Los sociólogos funcionalistas, liderados por Talcott Parsons, apostaron a diseñar científicamente un futuro sin exclusión ni miseria, un mundo sin conflictos. Para eso serviría la sociología. Eran los tiempos de la Guerra Fría y se necesitaba postular una utopía alternativa a la marxista.
Gran parte de la teoría organizacional, sobre todo la tradición del Organisational Development (OD) de Warren Bennis, Ricardo Beckhardt y Edgardo Schein, está inscripta en la tradición del estructural funcionalismo. La ciencia aplicada a las organizaciones conciliaría las partes supuestamente antagónicas de capital y trabajo; gerencia y gerenciados. Participación, cambio planificado, motivación y eficiencia serán los pilares de las nuevas organizaciones sin conflictos.
El mundo de Elliott Jaques y la organización requerida es la máxima expresión de la utopía.
No hay como Francia para discutirle la pretensión hegemónica a los norteamericanos, al menos en el plano intelectual. René Lourau y Jorge Lapassade, enfrentan al OD con el Socioanálisis. Postulan al conflicto en el centro de la teoría, vía regia y principal herramienta del analista. El conflicto no puede desalojarse porque es el núcleo mismo de la institución. En cada nivel y en cada área, lo instituido y lo instituyente, lo establecido y lo que vendrá, se contraponen. Esta dialéctica es, para los institucionalistas, la esencia misma del colectivo humano.
Nicolás de Cusa anticipa a Hegel al plantear que los opuestos se buscan, como los polos de los imanes. Ahora, esta atracción no implica ausencia de fricción, no es inmediata y requiere trabajo. La armonía es un equilibrio inestable, una tendencia estimable desde lejos. Es la recta hallable entre una nube de puntos de conflictos.
El mismo Heráclito, padre y rey, propone con el Logos la armonía de los opuestos complementarios. No hay armonía sin opuestos y no hay complementación sin conflicto, como los erizos. Gregorio Bateson llamó cosmogénesis a este proceso. A la inversa, en la cismogénesis, el conflicto se agrava y los opuestos no convergen, no hay armonía.
Sin convergencia, los conflictos detienen en lugar de motorizar. Dejan de ser progresivos, generan regresiones y pasan a ser el cotidiano sustento de periodistas y abogados.
Gustavo Aquino
Buenos Aires
Fin de Año 2016
conflictos (así, con minúscula)
Cuenta Arturo Schopenhauer la historia de aquellos erizos que empujados por el frío se juntaron hasta clavarse las púas. Se separaron y cuando el frío superó al dolor, volvieron a juntarse y así siguieron hasta que encontraron la distancia justa, esa en la que pueden recibir algún calor del prójimo sin ser lastimados.
Dijo Dios que no es bueno que el hombre esté solo, la soledad mata. La convivencia lastima.
Quienes conviven entran en conflicto, la manera de alejar el conflicto es vivir en soledad, o pasando de los demás como el personaje de la canción de Joan Manuel Serrat que sostiene con orgullo “Yo me manejo bien con todo el mundo”
En los albores de lo que podemos llamar humanidad, tal como entendemos el término, decía Heráclito de Éfeso: “Polemos es padre y rey”. En aquellos tiempos primordiales, filósofo y poeta eran lo mismo. Ambos construyen mundos con las palabras. Polemos, la raíz griega de la palabra polémica, es el conflicto. El conflicto es el padre que genera, a la vez que el rey que ordena. Polemos genera la realidad y la regula. Regla y regular comparten la raíz con rey. El conflicto, la disputa, es el primer motor.
Alienación es una palabra clave en el sistema de Jorge Guillermo Federico Hegel. Las traducciones al castellano usan ese único vocablo para tres términos originales del alemán, los tres refieren a distancia, a salir de sí, a en-frentar-se. Sin en-frentar-se no hay dialéctica, sin dialéctica no hay historia, no hay vida. Fuera de la dialéctica hay nada o solo idea: la falsa infinitud.
Carlos Marx hace su tesis sobre Heráclito y toma de su maestro, Hegel, a la dialéctica como madre y reina. La lucha entre opuestos complementarios es el motor de la historia y la clave de la vida. Postula a la lucha de clases que se entabla entre propietarios y proletarios como la columna vertebral de toda la historia de la humanidad, de la prehistoria, aclararía este señor barbudo. Una vida sin dilemas, sin oposiciones, no es vida o no es humana.
Para unos, la vida es cambio, la naturaleza es cambio y es el conflicto que motoriza y cataliza el continuo devenir de lo nuevo.
Para otros el cambio es ilusorio, el ser es uno y único. No hay cambio ni diversidad, sólo una serena, eterna y quieta armonía.
El universo pensado como una esfera de diamante flotando en el vacío viene de Parménides, pasa por Platón y llega hasta San Agustín. El obispo de Hipona expresa en términos teológicos la estrategia platónica. Este mundo dominado por el conflicto, el cambio y la muerte, es efímero y falaz.
Hay quienes diseñan asombrosas ingenierías sociales en las que no haya lugar para el conflicto. Hay quienes dicen que estos artefactos son cárceles.
Borges dibuja un mundo futuro, sin conflictos. Lo hace en su cuento Utopía de un Hombre que está Cansado, editado en el Libro de Arena. En un mundo sin cambio, memoria ni deseo; es la muerte un anhelo y Adolfo Hitler un filántropo.
Los sociólogos funcionalistas, liderados por Talcott Parsons, apostaron a diseñar científicamente un futuro sin exclusión ni miseria, un mundo sin conflictos. Para eso serviría la sociología. Eran los tiempos de la Guerra Fría y se necesitaba postular una utopía alternativa a la marxista.
Gran parte de la teoría organizacional, sobre todo la tradición del Organisational Development (OD) de Warren Bennis, Ricardo Beckhardt y Edgardo Schein, está inscripta en la tradición del estructural funcionalismo. La ciencia aplicada a las organizaciones conciliaría las partes supuestamente antagónicas de capital y trabajo; gerencia y gerenciados. Participación, cambio planificado, motivación y eficiencia serán los pilares de las nuevas organizaciones sin conflictos.
El mundo de Elliott Jaques y la organización requerida es la máxima expresión de la utopía.
No hay como Francia para discutirle la pretensión hegemónica al pensamiento norteamericano. René Lourau y Jorge Lapassade, enfrentan al OD con el Socioanálisis. Postulan al conflicto en el centro de la teoría, vía regia y principal herramienta del analista. El conflicto no puede desalojarse porque es el núcleo mismo de la institución. En cada nivel y en cada área, lo instituido y lo instituyente, lo establecido y lo que vendrá, se contraponen. Esta dialéctica es, para los institucionalistas, la esencia misma del colectivo humano.
Nicolás de Cusa anticipa a Hegel al plantear que los opuestos se buscan, como los polos de los imanes. Ahora, esta atracción no implica ausencia de fricción, no es inmediata y requiere trabajo. La armonía es un equilibrio inestable, una tendencia estimable desde lejos. Es la recta hallable entre una nube de puntos de conflictos.
El mismo Heráclito, padre y rey, propone con el Logos la armonía de los opuestos complementarios. No hay armonía sin opuestos y no hay complementación sin conflicto, como los erizos. Gregorio Bateson llamó cosmogénesis a este proceso. A la inversa, en la cismogénesis, el conflicto se agrava y los opuestos no convergen, no hay armonía.
Sin convergencia, los conflictos detienen en lugar de motorizar. Dejan de ser progresivos, generan regresiones y pasan a ser el cotidiano sustento de periodistas y abogados.